Por qué corro

Desde febrero empezamos a entrenar fijándonos el objetivo desafiante como el de los 21k de mayo, en Rosario (Argentina). Con Julio nos conocíamos de la escuela Tupá, pero todavía no habíamos pegado onda. Después apareció Fer, con mucho entusiasmo y disciplina. Más adelante Gustavo y Rubén terminaron de darle forma al grupo. Fuimos amigándonos mientras sumábamos kilómetros de entrenamiento, cuidadosamente programados por Pablito. De pronto a todos, menos a mí, el desafío de los 21 les pareció pequeño y se propusieron correr también los 42k de junio, en Rosario.


En mayo mi primer bajón. Con el cuerpo cargado de miorrelajantes para tratar de contrarrestar una contractura crónica de gemelos, me da un síncope minutos antes de largar los 21k de Rosario. El resto de grupo corre con todos los honores y quedan reenchufados para los 42k. En junio llega el momento anhelado. Julio, Gustavo, Fer y Rubén en la meta y yo en la bici unos km más adelante, para acompañarlos y abastecerlos. Julito corrió la carrera de su vida, pensada, cuidando los desbordes, llegó apenas pasadas las 4 hs. Gustavo llegó unos minutos después. Fer y Rubén sintieron el esfuerzo y llegaron más tarde.


Seguimos entrenando a full con la cabeza puesta en los 21k de setiembre en Buenos Aires, sobre todo yo, que iba por mi revancha después de penar con mil estudios cardio-neurológicos, que por suerte fueron favorables. Siempre con los planes de Pablito, cuidándonos más de lo que nos exigía.


Llegó al fin el esperado, 8 y 9 de setiembre. Viajamos el sábado temprano. A la siesta estábamos retirando los kits en el Centro Municipal de Exposiciones. A las 15 ya estábamos en el hotel Koten, el más pedorro de Palermo. Almorzamosen un bodegón cercano y luego caminamos para reconocer el camino desde el hotel a la largada. Ahí empecé a sentir movimientos raros en mis intestinos y cierta pesadez en mi cabezota.


Esperamos a nuestros amigos patagónicos Daniel y Viviana para cenar. Empecé a ponerme nervioso, mal. Así seguí hasta que cenamos en un restó cercano sobre las 24 hs. Lo enloquecí al mozo, pidiéndole la pasta más rápida que tuviera. Como era previsible no pude conciliar el sueño y mis intestinos seguían sin acomodarse. Así fueron pasando las horas y a las 5 me desperté para ir al baño, desesperado. Ya no pude dormir hasta que sonó la alarma a las 6. Me levanté con la cabeza sumida en un sopor total. Preparé un desayuno de una banana con miel que no pude terminar. Me clavé dos carbones y un Actrón 600, y traté de rescatar los restos de buena onda que podía tener para encarar lo que se venía.
Me puse todo el equipo, incluyendo la bolsa de residuos protectora para el frío, ya que en la calle la temperatura era de 8°. A las 6:45 partimos al trote suave y con frío hacia la largada. En el camino Gustavo pidió que nos parásemos para tomar una foto y me negué. Me mataba mi mal estado general y la ansiedad por llegar a la zona de largada. Cuando llegamos, nos sacamos la foto. Salimos muy “elegantes”, casi como trabajadores de Manliva. Elongamos, nos abrazamos y nos dirigimos hacia el arco de largada.


Con la experiencia de otras malas partidas en carreras multitudinarias, nos colamos en las primeras filas. A los pocos minutos largamos. Salí preocupado por no deshidratarme y decidido a tomar agua y gatorade en cada puesto. Enseguida me di cuenta que estaba corriendo a una velocidad como la prevista por Pablito, muy superior a la programada por mí y bajé un poco el ritmo. Pero la marea humana me iba llevando. Así fueron pasando los km. Iba corriendo suelto por la derecha, y por ahí los veo a Julio y Gustavo por la izquierda, pero enseguida los pierdo de vista en la multitud.


Avanzamos hasta los 10 km. Segunda sorpresa positiva: voy entero y no aflojo el ritmo. Pasé a los 48 minutos, aunque todo mal con el GPS, no cargué bien la batería y era muy dudoso que aguantara hasta el final.
Qué buenos los puestos de agua y gatorade, frecuentes y generosos, y muchos voluntarios ayudando y alentando. Subimos la Av. Illía con una suave, pero larga trepada. Recuerdo unos vagos corriendo detrás de un grandote que tenía pintado “Pachorra” en su espalda, que a su vez corría detrás de un minón dueña de una cola infernal. “Sos nuestro paiser preferido, Pachorra”, le gritaban los vagos. La mina se corrió un poco a la derecha y se puso justo delante de mí. “Delante de este viejito voy segura”, habrá pensado. La escanié a full de atrás unos minutos y después la perdí de vista. Por suerte los vagos seguían con Pachorra, alentándolo a que buscara nuevas referencias femeninas y no se la agarraron conmigo. Una chica en silla de ruedas pasaba gente por el costado de la Avda; después la vi accidentada en una bajada. Abajo estaba la Villa 31, pero mi campo visual era cada vez más reducido. Ya ibámos por el km 15 y si bien el cansancio empezaba a hacerse sentir, me sentía confiado. Paso a un negro brazuca grandote con una pierna de carbono. Corría medio torcido, pero avanzaba, el guacho.


Corremos por el Puerto, para un lado y para el otro, casi al borde del río marrón. “Donde andarán los vagos”, pienso. Fer seguro iba más adelante y Rubén atrás (conversando), pero no imaginaba dónde podían estar Julio y Gustavo. Paso los 18 km y me agrando un poco. “Ya la tengo”, pensé. Pero todavía me faltaba la subida de Sarmiento. “La puta que lo parió! Quién dijo que Buenos Aires es plana?”. Pasamos el Planetario y ya estábamos de nuevo en los bosques de Palermo. El GPS aguantó casi hasta los 20 km, pero no me preocupa. El último km parece larguísimo, pero hay mucha gente aplaudiendo y eso hace olvidar el cansancio. El arco de llegada está a la vista. No pienso en otra cosa que en llegar. Aprieto el paso, o más bien creo hacerlo. La meta está ahí. El reloj también. 1 hora 40 leo, y no lo puedo creer! En mis planes tenía previsto 10 minutos más...


Después de pasar la línea recién levanto los brazos, pienso en mi viejo unos instantes, me freno y me mareo un poco. “Síncope puto”, pienso, mientras me avivo que debo seguir caminando. Agarro gatorade, Actrón, preservativos, lo que me dan. Me voy a elongar en unas colchonetas. Toco mis piernas y están bastante bien. La cabeza no, pero no importa. Empiezo a tener frío y camino hacia el lugar donde quedamos en encontrarnos. Llego primero, después Gustavo y me explica brevemente su carrera. Después viene Fer, recién llegado del baño, donde corrió muy apurado ni bien llegó. Después Rubén, sin poder dejar de moverse. “Qué pasó con Julio?”, nos preguntamos. Llega Gachi con ropa para mí. Qué alegría verla a ella y a la ropa. Después llegan Mariana y Brenda. Vuelvo al trote al hotel para acompañar a Rubén que estaba muerto de frío, después de pasar una semana medio engripado. Los demás esperan a Julio. Después nos enteramos que le dio un tirón a los 8 km, pero terminó caminando. Un grosso, Julio, siempre optimista.


Los comentarios en el hotel pedorro, el regreso con parada para almorzar en el Unicenter de Martínez (Julio se clava 3 huevos fritos!!), más comentarios, el regreso a Santa Fe. Cansados, pero contentos...


El año que viene se van a cumplir 25 años desde que empecé a correr y a competir. En cada uno de esos años y en casi todas las carreras, en muchos entrenamientos, me he preguntado por qué corro, para qué corro, sobre todo en los esfuerzos más grandes. Me he dado muchas respuestas, la mayoría no muy convincentes. Quizás la mejor respuesta la tuve el domingo 9 de setiembre del 2012 en la Av. 9 de Julio, frente al Obelisco entre miles y miles de locos y locas, corriendo suelto y optimista, después de una noche negra; reviviendo la anécdota de mi pequeño hijo; sintiendo el fresco agradable de la mañana en mi piel; alineando como pocas veces mente, corazón y piernas; sabiendo que nada ni nadie me iba a detener hasta la meta arbolada; confiado en que Gachi me iba a estar esperando, como siempre; sintiendo a pleno, aunque sólo sea por 100 minutos, una maravillosa sensación de libertad...
Por eso corro...


Polo Lozeco
Santa Fe (Argentina), setiembre de 2012



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